Cuando Moisés subió al cielo para recibir la Ley, vio a Dios ocupado en añadirle varios símbolos y adornos.
Consciente de su función de portavoz, preguntó con timidez:
__¿Por qué no entregar la Torah tal cual? ¿No es ya lo bastante rica y oscura como para complicarla aún más?
__ Debo hacerlo__ contestó Dios__ Al cabo de múltiples generaciones habrá un hombre llamado Akiva, hijo de José, que buscará y hallará toda clase de interpretaciones en cada palabra, en cada sílaba, en cada letra de la Torah. Para que las encuentre, las tengo que introducir.
__ Muéstrame a ese hombre__ dijo Moisés impresionado__. Me gustaría conocerlo.
Dios, que no podía negarle nada a su fiel servidor, le dijo:
__ Date la vuelta y vete hacia atrás.
Moisés obedeció. Se volvió hacia atrás y se encontró proyectado hacia el futuro. Se encontraba en una academia talmúdica, sentado en la última fila, entre los principiantes.
Oía a un maestro dar clase sobre su enseñanza y su obra. Lo que oía era hermoso, incluso profundo, pero… demasiado para Moisés, que no entendía nada, ni una palabra ni una idea, Entonces a Moisés lo invadió una gran tristeza, y se sintió disminuido o inútil.
De pronto escuchó una pregunta que un discípulo le formulaba al rabí:
__¿Cuál es la prueba de que vuestras opiniones son correctas y de que vuestras interpretaciones son las correctas?
Y el maestro Rabí Akiva contestó:
__ Las he recibido de mis maestros, que a su vez las recibieron de los suyos, que a su vez las recibieron de Moisés. Lo que os digo ahora Moisés lo oyó en el Sinaí.